Hoy, 25 de noviembre, se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
En esta columna, la Psicóloga y Escritora Thamar Alvarez plantea algunas interrogantes. “El machismo parece haberse vuelto un fenómeno fácil de identificar, pero difícil de erradicar. ¿Por qué? ¿Qué es lo que falla si está tan establecido, descrito y delimitado? Se me ocurren algunas respuestas, pero creo que el tema da para un amplio debate donde podríamos obtener muchas más”, escribe.
Por: Thamar Alvarez Vega
Hoy, como cada 25 de noviembre, es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Los homenajes y conmemoraciones se suceden ante mis ojos en los medios del mundo entero, llevándome a múltiples reflexiones y una única pregunta: ¿por qué se ha vuelto tan difícil erradicar la violencia machista? Y me parece obvio que la respuesta está relacionada con otra pregunta previa: ¿por qué se ha vuelto tan difícil erradicar el machismo a nivel mundial?
Creo que la respuesta amerita el análisis de varios aspectos. Comencemos por la definición. La RAE define el machismo como “Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres” y “Forma de sexismo caracterizada por la prevalencia del varón”. La sola palabra conlleva, por lo tanto, elementos peyorativos tales como prepotencia, sexismo y supremacía del hombre sobre la mujer. Aspectos que son, en la práctica, actitudes que implican sometimiento, discriminación, cosificación de un ser humano, y desigualdad en oportunidades y derechos.
Es decir, la sola palabra “machismo” en sí tiene una connotación negativa y señala una actitud reprochable, criticable y condenable a todo nivel. Desde ningún ángulo es un aporte a la convivencia familia y/o social y, por el contrario, está relacionado con daños, perjuicios, prejuicios y violencia física y psicológica contra la mitad de la población mundial: las mujeres.
Sin embargo, y pese a todas las razones que podemos esgrimir en contra del machismo y de sus consecuencias, del alto número de agresiones y crímenes cometidos por hombres machistas, de la ingente cantidad de medidas sociales, educacionales, administrativas y legales – a todas luces insuficientes – que se toman para evitar y sancionar sus efectos, de cómo el número de víctimas fatales aumenta en lugar de disminuir (tanto de mujeres adultas como niñas y adolescentes); en lugar de observar, como digo, que el machismo, como fenómeno, como actitud, como conducta (personal y social), disminuya o tienda a su desaparición, se mantiene e incluso se afianza, independiente de la cultura, marco de creencias o lugar del mundo donde se manifieste.
Así las cosas, el machismo parece haberse vuelto un fenómeno fácil de identificar, pero difícil de erradicar. ¿Por qué? ¿Qué es lo que falla si está tan establecido, descrito y delimitado? Se me ocurren algunas respuestas, pero creo que el tema da para un amplio debate donde podríamos obtener muchas más.
Una de las razones, a mi juicio, es la enorme dificultad para superar la mentalidad patriarcal imperante hasta el día de hoy en el planeta. Y no solo porque haya países cuya mentalidad, sistema político o creencias religiosas tengan una base, unos principios y un fundamento estrictamente patriarcal – donde las mujeres son ciudadanos de segunda clase y viven sometidas a la vigilancia de los hombres – sino porque incluso en aquellos lugares del mundo que se reconocen como democráticos y respetuosos de los derechos humanos, muchas conductas y actitudes machistas se han normalizado al punto de ni siquiera ser vistas como tales. Es más, estos mismos países que se dicen democráticos avalan, en nombre de la democracia, partidos políticos cuyo ideario niega la existencia de la violencia machista. Y todo esto, lógicamente, favorece la reproducción del modelo machista en contra de las mujeres pese a que, de la boca para afuera, la mayoría de los países se declaren defensores de la igualdad de derechos y oportunidades.
Esto último es pura teoría. En la práctica, en la mayoría de los países del mundo las mujeres ganan menos sueldo que los hombres por una carga laboral similar; cobran pensiones más bajas aunque el tiempo de trabajo total haya sido el mismo o equivalente; la maternidad sigue siendo, en muchas ocasiones, causa de perjuicios a nivel laboral y social; la carga del hogar familiar sigue recayendo en mayor medida sobre las mujeres; el número de mujeres ocupando altos cargos o posiciones de alta responsabilidad sigue siendo menor que en el caso de los hombres; las familias uniparentales están mayoritariamente a cargo de las madres y sin apoyo del padre; las denuncias por violencia intrafamiliar no son consideradas con la misma seriedad que otros delitos e incluso hay países donde simplemente no las acogen.
Por otro lado, los porcentajes mundiales con respecto a la violencia de género son claras: la OMS reconoce “que el 35% de la población femenina ha sufrido alguna vez en su vida violencia física y/o sexual de un compañero sentimental, o violencia sexual de otro hombre sin esa relación”, mientras que algunos estudios en diferentes países elevan el porcentaje hasta el 70%. Pese a ello, ni la sociedad ni la justicia han respondido de forma contundente contra delitos violentos cometidos contra mujeres. De hecho, en general las leyes han ido agravando la penalidad – con lentitud y escasa eficiencia – pero también las condiciones por las cuales un crimen machista pueda obtener beneficios posteriores, logrando rebajar las penas. La mayoría de las sentencias por abusos sexuales, violación, violencia machista y asesinatos cometidos contra las mujeres terminan en sentencias bajas o no cumplimiento completo de las condenas. El que esto ocurra también con otro tipo de delitos no es ninguna justificación.
La violencia machista es un fenómeno que afecta a las mujeres por el hecho de serlo, y que precisa no solo un tratamiento particular y sanciones firmes, sino un trabajo decisivo a nivel cultural y social – con intervención de todos sus actores y ámbitos: familias, sociedad, administración, educación, salud, trabajo, marco legal - que supere una mentalidad patriarcal obsoleta, injusta y, a todas luces, peligrosa para las mujeres de todo el mundo.
Esplugues de Llobregat, Barcelona
25 de noviembre de 2021
Thamar Alvarez Vega
Psicóloga y Escritora